Heme aquí sentado y a cubierto en un día amenazante de lluvia. Visité de nuevo el castillo de Monzón en el pasado puente del Pilar y entré en esta enorme sala de 35 x 12 m. para resguardarme, la antigua sala Capitular-Refectorio de los Templarios, ahora convertida en auditorio, salón de congresos y exposiciones.
Esa mañana coincidí con otros visitantes, asombrados por el estado general de los edificios, las fachadas desconchadas y la falta de iniciativa en la restauración de los detalles.
Es cierto que el castillo ha sufrido un gran deterioro a lo largo de su historia, hoy nos muestra unas pocas pinceladas de su esplendor medieval. Aunque a mí, en general, me gusta la labor que están llevando a cabo en su restauración. Los edificios (torre del homenaje, sala de Jaime I, y esta misma sala Capitular-Refectorio) vuelven a ser espacios visitables, que dejan al descubierto los grandes deterioros que otros usos, otras guerras y la climatología han provocado, imposibles ya de restaurar, pero que con un poco de observación e información puedes llegar a rellenar y a colocar en su sitio. No se trata de ver sólo lo que hay, sino lo que fue. Hay pistas suficientes en todo el entorno para imaginar la vida, los hábitos y gustos de sus antiguos moradores. Aunque esta manera requiera por parte de cada visitante un ejercicio mayor de búsqueda y una reflexión.
Es mejor así: evitar la ruina de los edificios, por supuesto, pero dejar expuestas las cicatrices desnudas. No hay ninguna necesidad de decorar el castillo como el salón de nuestra casa, y recomponerlo a base de motivos elaborados por artesanos imitadores.
Hay obras que por desgracia se han perdido; dejemos para el cine las ambientaciones meticulosas de otras épocas.