Castillo templario. De cerca



Para mí su cara más bonita, desde este lateral el castillo nos ofrece su estructura tal y como la dispusieron los templarios. Con la torre del homenaje en el centro (dicen que era más alta) a la derecha la capilla, casi sin ornamentos según el gusto cisterciense y dispuesta como una torre defensiva más. También aparece la torre de Jaime I, donde se cree que estuvieron sus aposentos. Hacia la izquierda aparecen la sala Capitular y y el torreón de las Dependencias. No es dificil, desde esta perspectiva, situarlo en algún cerro de Tierra Santa.

Justo detrás del altar de la capilla (creo recordar que era justamente ahí) existe una escalera, un túnel escarbado bajo la montaña que lleva fuera de las murallas. ¿Qué castillo que se precie no tiene una salida de emergencia?. Soy uno (me gusta pensar que de los pocos) que huyó por ahí, aun sin que nos persiguiera nadie y con la luz de un mechero, salimos del castillo por su puerta de evacuación. Si fuera una construcción moderna, estaría bien señalizado con un cartel verde reflectante, con un monigote dibujado que abre una puerta perseguido por el fuego. Tendría, además, una apertura antipánico. Claro que entonces no estaría escondida detras del altar. Los tiempos cambian. Ya no se utiliza para huir de asaltantes, ni para enviar un mensaje de ayuda al aliado, ni siquiera es necesaria para escapar del fuego. Será por eso que en nuestra última visita la encontramos cerrada. Una lástima, por lo menos ofrecía un bonito rato de aventura.

Castillo de Monzón



Jaime I El Conquistador pasó en este castillo cerca de dos años y medio, al cuidado de los templarios pero aislado del resto del mundo, contaba entonces con 7 años de edad y era el rey de Aragón. En él pensaba cuando, la mañana del día de Navidad, subía al club de tiro, desde donde había previsto fotografiar el castillo. Allí no encontré tiradores, ni pichones, ni platos, ni bar abierto. Dispuse para mí de todo el campo de tiro sin peligro de accidentes con pichones sueltos, ni platos volando, ni posibilidad alguna de sobredosis de cafés con leche.
El caso es que esa mañana me levanté temprano, cosa que he conseguido pocas veces en ese concreto día del año, y confirmado el buen tiempo que habían anunciado, cogí la cámara para salir.
Había tan pocas almas ese día a esa hora, que aún podía oírse el sonido de las espadas en las prácticas para la lucha del niño Jaime. Le imagino mirando entre las almenas hacia esos mismos picos del pirineo, hacia esa parte del reino heredado de un padre que le repudió y al que vió en una sóla ocasión, a la edad de dos años. Le esperan tiempos difíciles, con gran parte de la nobleza aragonesa en su contra y las arcas reales vacías. Desconozco sus sensaciones ante este paisaje, huérfano de padre y madre, custodiado, encerrado entre esas murallas, prisionero de sus protectores... ¿se vería como un rey?.  
Pasará a la historia con el sobrenombre de "El Conquistador", para algunos un gran rey que impulsó la expansión comercial por el mediterráneo, para otros un rey mediocre que dividió el reino. Depende de a quien preguntes.
Al dar por finalizada la sesión, prescindí de la carretera asfaltada y bajé por la ladera de la montaña. Tropecé con el ermitaño de la cueva, un superviviente de los antiguos anacoretas que meditando, ha perdido la noción del tiempo. Me contó que, antes de Jaime I, recuerda el paso por este castillo de un gran guerrero, Rodrigo Díaz de Vivar, que luchó y conquistó Monzón al servicio de al-Mutamin, gobernador musulmán de Zaragoza. Esto, según los libros, sucedió en el año 1.089.